Registrada en el Ministerio de Justicia en 1.993. Miembro de la F.E.R.E.D.E. y del C.E.A.A.
Lema para 2018:
" Levántate y conquista con el poder del Espíritu Santo" (Zacarías 4:6)
(Tomado de la Iglesia "Torre Fuerte")
_____________________ “He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano" (Jer. 18:6)
La resurrección de Cristo
y nuestra experiencia
"Nuestra fe cristiana descansa sobre la roca sólida de grandes hechos históricos, los cuales constituyen la base de una experiencia real y personal del Cristo viviente. Los primeros discípulos nunca predicaron su propia experiencia. Debían ser testigos de la resurrección del Señor Jesucristo. Proclamaron como objeto de la fe hechos históricos: que Cristo murió por los pecados y que resucitó. Su misión era revelar el significado interno de estos hechos a fin de que la fe pudiera apropiarse la salvación provista por Dios mediante la muerte y resurrección de Jesús.
¿Qué influencia tienen los hechos históricos de la muerte y la resurrección de Cristo sobre nuestra experiencia cristiana? La respuesta es de suma importancia y nos presenta la enseñanza bíblica de la victoria sobre el pecado y la del poder espiritual.
Después de la resurrección de Cristo, ¿por qué no empezaron los discípulos inmediatamente a predicar a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, el Señor glorificado? Tenían pruebas indubitables de que el Maestro vivía. La respuesta es que testificar de la resurrección de Cristo es más que relatar el suceso. Se les dijo que esperaran en Jerusalén. Dios el Espíritu Santo había de venir sobre ellos antes de que pudiesen ser testigos de la resurrección. Pero los habían nacido ya del Espíritu. ¿Qué aconteció de nuevo cuando descendió el Espíritu Santo el día de Pentecostés? La obra del Espíritu Santo puede resumirse en estas palabras: "ministrar a Crfisto". El Espíritu Santo vino a dar testimonio del Señor Jesucristo. Cuando el Espíritu bautizó a aquellos discípulos, ellos quedaron unidos a Cristo y unidos entre sí, de modo que ahora formaban un nuevo cuerpo del que el Señor resucitado y glorificado venía a ser Cabeza. Ahora sí que los discíulos eran testigos competentes de la resurrección, porque ellos mismos participaban de la vida de la resurrección; eran ejemplos de los que el Salvador podía hacer.
Hay en las epístolas del Nuevo Testamento treinta y una referencias, por lo menos, a la resurrección corporal de nuestro Señor expresadas con palabras tales como "resurrección" o "levantado de los muertos". Y casi en todos los casos, la resurrección del cuerpo de Cristo está vinculada directa o indirectamente al vivir diario y resente de los cristianos. Los creyentes que reciben a Cristo como Salvador quedan unidos a El en la semejanza de su muerte y también en la de su resurrección. "Para que como Cristo resucitó de los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida" (Romanos 6:4). Esta novedad de vida es la vida de la resurrección, y sólo es posible vivirla con el poder del Señor revivido.
Cuando se busca algo en el Antiguo Testamento como punto de comparación que nos permita apreciar el poder de Dios, se halla en la Creación. La medida de este poder en el Nuevo Testamento la hallamos en el hecho de la resurrección de Cristo. Por esto habla Pablo de "aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo resucitándole de los muertos" (Efesios 1:19, 20).
Esta afirmación grandiosa significa que el mismo poder usado para levantar a Cristo de entre los muertos es el que Dios usó para darnos vida cuando estábamos muertos en delitos y pecados y el que nos capacita luego para andar en novedad de vida.
El milagro más grande de la Biblia es la resurrección del Señor Jesús. Y el milagro más grande de nuestros días es una vida humana vivida en el plano espiritual por Dios designado (Texto: Roberto C. McQuilkin/Ilustración: Obra de William-Adolphe Bouguereau)
Las ovejas que gimen sin cuidado pastoral
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"¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reune a sus amigos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido" (Lucas 15: 4-6).
Desgraciadamente, en estos últimos tiempos, estamos siendo testigos de múltiples maltratos de algunos llamados "pastores" sobre las ovejas del rebaño de Jesucristo. Resulta conmovedor escuchar el doloroso balido de algunas ovejas que están siendo dañadas por hombres que no aman al rebaño que el Príncipe de los pastores ha puesto en sus manos, olvidando algo muy importante: que en ningún lugar de la Biblia Jehová Dios ha declinado su propiedad sobre las ovejas redimidas por la sangre de Jesucristo, el valioso precio por el cual fueron compradas (1ª Corintios 6:20).
El mismo Jesús, en su discurso del capítulo 10 del evangelio de Juan, declara con autoridad: "Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas" (Juan 10:11). Contrasta radicalmente esta actitud del verdadero pastor con la de aquel que solo es un asalariado, alguien que pastorea el rebaño que no es suyo por un simple salario. A este tipo de pastores no les importan las ovejas en absoluto, ya que cuando viene el lobo las abandonan en medio del peligro y huyen vergonzosamente (vers. 12) . Conviene, pues, descubrirlos y señalarlos antes de que puedan llegar a hacer más daño al rebaño de Jesucristo. Precisamente, estos son los que se ufanan de haber estudiado en prestigiosos seminarios, consiguiendo ostentosos títulos que exhiben con mal disimulado orgullo ante las sencillas ovejas que nada les demandan en tal sentido, solo ser pastoreadas y apacentadas. Estos vanos e irresponsables asalariados, que se nutren de las ovejas a su cargo, no importándoles apacentar ni cuidar al debilitado rebaño, el Señor les advierte gravemente: "¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño!, dice Jehová. Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová" (Jeremías 23:1-2). Más adelante, el Señor trae palabras de consuelo y restauración para su maltratado rebaño: "Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas. . .y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová" (vers. 3-4).
En obediencia al mandato de Jehová, denunciamos desde este púlpito público, con la santa Palabra de Dios, esta preocupante situación que está padeciendo el pueblo de Dios: "Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado" (Ezequiel 34:2-5).
Por medio de esta dura Palabra proveniente de Jehová, muchos de los seudopastores que no están siendo fieles al llamamiento divino, son interpelados en sus conciencias cauterizadas y prepotentes, pero aún les queda por oír la definitiva reprensión resolutoria del Señor: "Por tanto, oh pastores, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho el Señor: He aquí, yo estoy contra los pastores; y demandaré mis ovejas de su mano, y les haré dejar de apacentar las ovejas; ni los pastores se apacentarán más a sí mismos, pues, yo libraré mis ovejas de sus bocas, y no les serán más por comida" (vers. 10).
Para las sufridas ovejas, aquellas que han soportado en silenciosa y abnegada humillación el maltrato por parte de estos irresponsables e inicuos servidores, el Señor trae a sus heridos corazones esta bendita promesa: "He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad. . .Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor" (vers. 11-15).
Amados hermanos, el Señor Jesucristo, el buen pastor de las ovejas, conoce a cada una de ellas, sabe sus nombres, sus circunstancias personales, sus silenciosos sufrimientos, sus necesidades espirituales, sus corazones anhelantes de sanos pastos de Dios; por todo ello, promete guardarlas y cuidarlas cada día hasta su regreso en gloria. Hasta que llegue ese bendito momento, el Señor Jesucristo declara: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (Juan 10:27-29). También las anima y fortalece con tierno amor: "Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan" (Isaías 58:11). (Jesús Mª Vázquez Moreno)
Libro muy recomendado: “MENSAJES BÍBLICOS”,
del ungido siervo de Dios nacido en Escocia,
Robert Murray M´Cheyne (1813-1843)
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